Escribí esta calaverita a Lucía. Espero que le guste.

Un día la muerte se aburría,
–pensó– he de ir a una guardería,
los niños pequeños me hacen reír,
seguro de risa me voy a morir.

Así que con prisa y mucho tino,
la calaca llegó a su destino.
¿Y su credencial?
Tiene Ud. cara de criminal
–dijo el vigilante–
¿!Qué!? –respondió la calaca– lo voy a ignorar y seguiré adelante!

El timbre tocó como niña traviesa,
la regañó por eso la miss Vanesa.
“Por favor no haga eso!”
–la huesuda salió de su embeleso–
La leche tomaban los chiquiticos,
así que esperó 20 minuticos.

Por fin las escaleras pudo subir,
la calaca tiliqui flaca ansiaba reír.
Muchos niños gritones,
al parecer en todos los salones!
En el salón B1 de maternal,
encontró una niña sensacional.

La niña muy contenta,
traía mirada pizpireta.
Preguntó por su nombre a la miss Adriana,
ahora la niña saltaba como una rana.
Se llama Lucía –contestó la miss–
ahora la niña corría muy feliz.

Después de reír con los niños un rato,
recordó que tenía que dar de comer a su gato.
Oh no! pobre micifuz!
Tendré que tomar un autobús!

Esta vez la señora muerte
tuvo muy buena suerte;
pues su deseo se había cumplido,
un buen rato se había divertido.

Se supone que gané el concurso. Mi premio fueron unos calcetines que nunca llegaron a mis manos.

Sí… ya sé que los calcetines no van en las manos, pero para que te los pongas en los pies, primero tienen que llegar a tus manos, no?